¡Ay Ucrania...cuánto me dueles!

Son muchas cosas las que me unen a Ucrania. Reconozco que estos días he sido muy cobarde. Cada vez que ha surgido el tema me he hecho la loca y he intentado desviar la conversación hacia otra parte.

Me cuesta hablar de ello, se me hace insoportable imaginar situaciones tan dramáticas como las que veo en los medios. Todos sabemos que la guerra es cosa de unos pocos, que no ayuda a nadie y sólo viene a destrozar sueños y vidas de personas inocentes que ya han sufrido bastante...simplemente me duele y me quema por dentro...y mucho más en este caso porque para mi esas personas no son seres anónimos, sino que tienen rostro, cuerpo, nombre, apellidos y me atormentan en mis pesadillas. 

Cuando aparecen en ellas quiero gritarles, que llevo más de 20 años buscándoles, que vengan conmigo, que todo está perdonado, que les voy a ayudar, que esta vez lo haremos mejor, que ahora sí que estoy preparada...pero luego despierto con un nudo en el estómago y soy consciente que no hay posibilidad de contacto, que ya lo he intentado por todos los medios y que me había prometido a mi misma no remover más el tema.

Por eso me hace tanto daño lo que está pasando estos días, porque a la tristeza de una guerra se suma el sacar a la palestra algo que tenía enterrado y sobre lo que había decidido tirar la toalla.

Os cuento para que me entendáis un poco. Todo se remonta a 1996, entonces yo tenía 16 años y era poco o nada lo que había odio hablar de Ucrania. En esos momentos yo tenía otros problemas, me encontraba sumergida plenamente en la atontadora y agilipollante adolescencia.

No sé por qué, ni cómo, mi familia decidió acoger ese verano una niña de Ucrania. Sin profundizar demasiado en el tema, me pareció una idea estupenda y maravillosa. Siempre quise tener una hermana pequeña y simplemente me imaginé a mi misma ayudándola, cuidándola, asesorándola....nada más lejos de la realidad.

Así que dicho y hecho, Oxana entró en nuestras vidas. Fue un verano maravilloso y cuando llegó el momento de la despedida, le dije a mi madre muy seriamente que ya podía hacer lo que quisiera pero que esa niña tenía que vivir con nosotros. Cuando yo digo algo así, no hay marcha atrás.

Mis padres movieron cielo y tierra para conseguirlo, ella procedía de una orfanato en Bucha a unos 30 km de Kiev, y no nos pusieron las cosas muy fáciles. Al final lo único que se nos permitió hacer para traerla fue un acogimiento por estudios, es decir, mientas Oxana fuera al colegio en España, podía vivir con nosotros en casa.

Los siguientes años no fueron fáciles. En vez de ir al colegio, tendríamos que haber ido todos al psicólogo. Tú no puedes arrancar a nadie de su entorno, traerlo a otro, donde las normas y la forma de vida son totalmente diferentes y esperar a que se adapte con total normalidad. Todo tiene un proceso y una preparación y fueron muchos los errores.

CONTINUARÁ

ESTALLA LA BOMBA

Oxana no miraba a los ojos cuando le hablabas. Oxana no reconocía una falta o una mala acción, ni pedía perdón por ello, simplemente agachaba la cabeza. Oxana tenía nueve años pero estaba más interesada en el sexo opuesto que yo en mi máximo apogeo hormonal. Oxana era racista y no encontraba correcto saludar a personas que consideraba de una clase social más baja. Oxana no se dejaba aconsejar y mucho menos por mí.

Dicho esto, vamos a traducir cada una de las frases anteriores y llevarlas a su contexto correcto. Oxana nunca miraba a los ojos cuando le hablabas porque a su entender era un reconocimiento de la autoridad superior del interlocutor. Oxana no reconocía sus faltas porque cuando te crías en un orfanato impera la ley del más fuerte y no estaba acostumbrada a que todo terminase con un simple "no lo vuelvas a hacer" acompañado de un beso y un abrazo, no...lo normal es que el castigo fuera más grande que la propia falta cometida, con lo que lo mejor era callar y nunca, nunca reconocer nada. Oxana estaba interesada en el sexo opuesto porque en su entorno 9 años eran suficiente para tener novio y con 16 casarse, además los hombres mandaban en su sociedad, con lo que la autoridad de mi madre y los caprichismos ininterrumpidos de la hija adolescentes eran para ella de lo más pintorescos. Ella prefería la autoridad de mi padre o los consejos de mi hermano. En cuanto al racismo, los ucranianos no están muy acostumbrados a los diferentes tonos de pieles, de manera que una persona negra les llama poderosamente la atención y sí, allí (digan lo que digan) sigue existiendo una especie de sociedad de castas no reconocida públicamente, de manera que si a ella no la saludaban determinadas personas porque se suponía que pertenecían a una clase social más elevada que la suya, ella tampoco debía saludar a su compañera del cole de raza gitana que estaba pidiendo en la puerta de la iglesia.

Todo eso explotó en el segundo año de estancia en España y se acrecentó aún más si cabe cuando cambió de un colegio de integración a otro católico, porque en mi familia consideramos que sería mejor para su educación.

La presión de los estudios, junto con sentirse diferente a todos los demás compañeros de su clase, hizo que se aislara del resto del aula y sólo mantuviera amistad con una niña con problemas de comprensión.

A todo ello se sumo la situación de Boba, hermano de Oxana y que mis tíos decidieron acoger todos los veranos. Boba seguía viviendo en el orfanato y era el único vínculo familiar fuerte que poseía Oxana. A Boba no se le hizo un acogimiento por estudios por decisiones personales de mis tíos, pero venía cada verano a su casa para pasar tres meses con su hermana y atender correctamente cada una de sus necesidades médicas.

A pesar de que en nuestra cabeza, eso era mejor que nada, esta situación era bastante complicada de asumir por parte de un niño de 7 años. ¿Por qué su hermana podía pasar todo el año aquí y él no?. ¿Por qué tenía que regresar al final de cada verano a un lugar en el que aunque se perdiese nadie lo buscaría?. ¿Por qué su hermana podía disfrutar de muchas cosas durante todo el año, mientras él escasamente 3 meses?. Complicado, ¿verdad?

Estábamos felices preparando una barbacoa junto a una bomba con la llama encendida y nadie se dio cuenta de nada. Es fácil adivinar cómo acaba esta historia. Al tercer año de estancia explotó la bomba. 

"Mamá, Papá....quiero volver al orfanato" Todavía hoy resuena esta frase en mi cabeza, no daba crédito....¿al orfanato?...¿a qué?...¿por qué?...¿para qué?. En un primer momento no reaccioné, pensé que era una pataleta momentánea porque estaba enfadada por alguna cosa, una forma de chantaje o algo así. 

Esperé unos días a que se calmaran las aguas y entonces ataqué. Recuerdo el momento, encerré a Oxana en la habitación de nuestro apartamento de Alcocebre e intenté hacerla razonar. Le dije que le quedaba nada para cumplir los 16 años, momento de la mayoría de edad en Ucrania, y que entonces podía decidir nacionalidad, que en ese momento si no quería estudiar no tenía por qué hacerlo, que si se quería buscar un trabajo podía incluso independizarse y olvidarse de las normas de mi casa, buscarse la vida en España, que seguramente aquí tenía más posibilidades que volviendo al orfanato, que en estos momentos hablaba dos idiomas de manera perfecta y tenía conocimientos de inglés y alemán, que con eso podríamos hacer algo, pero aquí en España, no en Ucrania.

Nada de esto fue escuchado. Me contó que ella había venido sólo por un año y que ya llevaba tres. Que Boba le había contado que su madre (quien no tenía la tutela legal) había estado yendo al orfanato a preguntar por ellos y que había pedido que regresara, que ella quería volver a su país, que los estudios aquí eran muy complicados, que allí la vida era más sencilla (vete tú a saber por qué)

Todo estaba dicho y su voluntad se cumplió. La noche antes de su partida pasó por delante de mi para irse a dormir y no dijo nada, sólo agachó la cabeza, entonces no pude retener más el llanto y le dije que me diera al menos un beso, que posiblemente no nos íbamos a ver más en la vida. Ella me dio un beso y se fue a dormir.

MI VIAJE A KIEV

Pasaron 10 años y mi mente seguía dándole vueltas al tema. Al poco de irse Oxana a Ucrania mi familia y yo nos cambiamos de casa. Por mi cabeza se repetía la idea de que si en algún momento hubiese querido contactar con nosotros, ni siquiera tenía una dirección donde hacerlo. Quería saber de ella, quería saber que estaba bien, que la vida le había ido bien, que todo estaba en orden...En esos momentos yo tenía 30 años y llevaba un año saliendo con un chico encantador de Zaragoza (mi actual marido por cierto), llegó el verano y queríamos irnos de viaje a algún sitio, claro que entre los sitios pensados por mi futuro marido creo que no estaba Ucrania, pero aproveché el momento.

"¿Tú conoces Ucrania?" dije así sin más. "Me han dicho que Kiev está muy bien". Eduardo se rio, sólo llevaba un año conmigo, pero me conocía como la palma de su mano.

 Y dicho y hecho nuestro viaje a Kiev estaba organizado. Le comenté a Eduardo (él no me creyó y por supuesto yo tampoco me creí a mi misma) que mi intención no era buscar a Oxana, que realmente lo que quería era conocer esa ciudad, ya que estaba escribiendo un libro que versaba sobre el desastre de Chernobyl y necesitaba documentarme. En fin...hay veces que cuesta tanto reconocer lo que uno quiere de verdad que es capaz de enterrarlo bajo capas de barbaridades aún más increíbles que la propia barbaridad ocultada.

Y ahí estaba yo, dispuesta a coger un vuelo directo a Kiev para pasar un semana, siete largos días de los que sólo uno estaba destinado a ir al orfanato de Bucha. Día en el que, sin conocer el idioma, ni las direcciones (no me ubico ni en mi propio garaje) ni tener más referencia que el nombre de Oxana y su apellido, iba a alquilar un coche y presentarme en la puerta del orfanato (esperaba que sólo hubiese uno) a preguntarles por una niña que haría ya como unos ocho o nueve años que lo había abandonado.

Cuando llegué al aeropuerto de Kiev todo me sorprendió. Hay que comentar que la única referencia que tenía de esa ciudad era la de mi madre, quien viajó allí hacia más de 13 años para formalizar los papeles de Oxana y traerla a España y digamos que no fue un viaje muy de placer.

En cambio mi sensación fue de normalidad, estaba en un aeropuerto muy muy normal...no había nadie mirándome, ni esperando a que me despistara para quitarme el bolso, ni gente dispuesta a secuestrarme e incluso habían taxis en la puerta. Mi madre me había contado que cuando fue ella no habían taxis, simplemente le hacías una señal a cualquier coche que pasara y si el conductor tenía a bien llevarte por unos cuántos cupones, pues te llevaba. Presentes muchas de las anécdotas maternas en mi cabeza fui de sorpresa en sorpresa. La ciudad era normal, con ese aire decadente de las ciudades centro europeas, la gente era normal, un poco más rubios y claros de piel que yo, el taxista era normal y tenía un inglés lo suficientemente correcto como para entendernos y como colofón final el hotel era de lo más normal. ¡Dios mío, cuántos prejuicios en una sola cabeza!...parecía que no hubiera salido nunca de casa.

Alguna cosa extraña vi, pero poco...aún recuerdo la sábana de la cama. Era muy rara. Como una funda de nórdico, pero sin nórdico (estábamos en verano) y con un agujero enorme en el centro, no roto, agujero bien hecho. Bueno...eso y lo de la cafetería...cinco chicas rubias espectaculares sentadas en la mesa de enfrente que no dejaban de mirar a Eduardo... a ver... mi marido es guapo, pero no le suelen pasar esas cosas...cada uno que piense lo que quiera. Además, igual les daba que yo estuviera allí o no.

Resumiendo...pasamos tres días 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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